17 febrero, 2015

La línea de la vida


«Hace tiempo que quería colocar aquí algunas fotos de La línea de la vida (Линия жизни), de Rena Effendi —escribía ulysses85 cuando salió—. Sobre todo porque es uno de los álbumes que más he anhelado este año para mi colección. Se publicó un número muy bajo de copias, 500, así que si lo encontráis compradlo corriendo para no tener que arrepentiros, porque el libro es verdaderamente hermoso (aunque su relato a veces resulte espeluznante)».

Hoy vemos que pueden adquirirse ejemplares de la edición en inglés: Pipe Dreams. A Chronicle of Lives along the Pipeline. Y es especialmente oportuno contemplar la serie ahora, en un momento en que las compañías petrolíferas continúan pugnando por taladrar el fondo marino, esta vez alrededor de las Islas Baleares.

Effendi se inició en la fotografía en 2001 y desde el principio se interesó por la influencia de la industria petrolera en la vida de la gente común. En 2006, por encargo de la British Petroleum viajó a lo largo del tramo azerbaiyano del oleoducto Bakú-Tbilisi-Ceyhan tomando fotos para un calendario de la empresa que debía destacar la responsabilidad y compromiso de los programas sociales de BP. Este viaje convenció a Effendi de que apenas ningún habitante de Azerbaiyán sacaba provecho alguno del chorro de riqueza que fluía a sus pies. El descubrimiento la llevó a emprender un trabajo de periodismo fotográfico independiente donde iba a revelar la otra cara del boom petrolero de Azerbaiyán, bien distinta de la programada exhibición pública. Recorrió así los 1.700 kilómetros del oleoducto, desde Azerbaiyán a través de Georgia hasta Turquía, registrando por el camino multitud de historias imprevistas. Los siguientes textos provienen del libro.


«La inversión petrolera en los años 90 trajo nueva riqueza a una Azerbaiyán castigada por una profunda corrupción, pobreza, desempleo y el desastre humanitario de la posguerra. Y, por descontado, este dinero sólo logró aumentar la brecha entre ricos y pobres, sin crear nuevos puestos de trabajo fuera de las grandes ciudades, como se prometió. Miles de millones de dólares se invirtieron en lucrativas explotaciones mar adentro, mientras la infraestructura petrolera soviética, completamente deshecha, fue abandonada a su ruina, dejando que el medio natural se transformara en un páramo podrido entre pantanos de petróleo y vertederos».








«La afluencia de dinero y medios de comunicación internacionales pronto creó una cultura de bares y restaurantes para servir a los extranjeros y a la pequeña burguesía local generada por el auge petrolero. La prostitución se ha hecho cada vez mayor: las niñas rurales jóvenes, sin esperanza ni oportunidad alguna en sus zonas de origen, se reúnen en Bakú».


«El centro de Bakú alberga su barrio más antiguo, y el más pobre, Mahalla, donde la gente se apiña en pequeñas chozas de techo plano. Este distrito histórico, último reducto de una tradición que se degrada, conserva aún restos una cultura antigua y única. Hace un siglo fue el barrio de los trabajadores del petróleo. Los actuales habitantes de Mahalla —mulás, poetas, criadores de palomas, ex-presidiarios— se ganan la vida haciendo pequeñas chapuzas, trapicheos, una artesanía sencilla elaborada en los zaguanes y portales. Algunos funcionarios del gobierno, sin embargo, temerosos de que se escapen nuevas oportunidades de riqueza fácil, tratan de desalojar a los residentes de Mahalla, expropiar las casas, y vender permisos de construcción a grandes empresas que van erigiendo edificios anónimos sobre los pequeños patios tradicionales».







«La única ruta de petróleo y gas que elude el sistema energético ruso, el oleoducto Bakú-Tbilisi-Ceyhan, afecta profundamente a los intereses políticos, económicos y ambientales de los países vecinos. Pero la región ya abunda en hostilidades sin necesidad de este añadido. A raíz de las sucesivas olas de conflictos un gran número de refugiados ha tenido que dejar sus tierras y ahora vive en condiciones infrahumanas, en hoteles cerrados, urbanizaciones abandonadas, vagones sobre vías muertas, lanchones, antiguos hospitales o escuelas».






«A pesar de las fáciles promesas del gobierno de una vida mejor para estos ciudadanos que viven en la miseria, la mayoría de quienes se ven directamente afectados por el gasoducto, se quedan sin nada. Los agricultores de Azerbaiyán han perdido sus tierras. Al lado de una maravilla tecnológica de miles de millones, la Terminal Sangachal, el punto de partida de la tubería, un pueblo empobrecido de 4.500 habitantes respira cada minuto un aire envenenado. En Georgia, el gasoducto pasa por montañas sísmicamente activas, acelerando así la destrucción de un paisaje ya de por sí frágil. En Turquía, el oleoducto ya ha causado enormes daños en los ecosistemas amenazados».









«¡Devuélvannos nuestro mar!» —Exige Benjamin Geregen, un antiguo pescador de Yumurtalik que perdió su sustento debido a la invasión de buques petroleros.








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